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lunes, 18 de abril de 2011

ALEJANDRO MAGNO

La primera noche de amor de Hefestión y Alejandro
Del libro "La juventud de Alejandro", de Roger Peyrefitte


No te rías si me muestro poético ya que tú eres mi poesía. Tan solo tenía trece años cuando escribí este relato, "en la blanda cera de las abejas".

Una noche de julio, en Mieza, salí desnudo de mi habitación, con el corazón palpitante. Apenas si tocaban, mis pies, el suelo del pasillo. Me dirigía a la habitación de Alejandro. Había hecho el triple juramento -por Júpiter, por la Tierra, y por el Sol- de revelarle, hoy, que moriría si él no me quería.

Tenía más de un motivo para estar preocupado, ya que temía que me tomase por un afeminado y perder así su amistad al intentar conseguir su amor.
Además, ¿qué era el amor ? No teníamos ni idea, ni él ni yo, del tema. Cuando nuestras primeras emisiones nocturnas nos sorprendieron , el grave Leonidas nos explicó que eran fruto de los juegos de un dios muy secreto y muy malicioso, llamado Gamus, nacido del semen que Júpiter, soberano del Olimpo, había derramado sobre la tierra durante un sueño que el dios Amor le había provocado.

Luego descubrimos, cada uno por nuestra cuenta, el modo de provocar, con nuestras manos, los mismos efectos que nos producían los sueños, sin tener la idea, aún, de hacerlo juntos. Leónidas, a quién se lo contamos, nos relató entonces la historia de Mercurio y de su hijo Pan, al que le enseño este juego. 

Por otra parte, nos había aconsejado no abusar de ello citándonos los versos de Aristofanes: "A los que se masturban demasiado, se les cae la piel".
...
Un mes antes, había estado a punto de declararme a Alejandro : tenía un dolor de muelas y Filipo de Arcanania le había prescrito untarse las encías con aceite de beleño. Yo se la aplicaba con un bastoncillo rodeado de lana. Tan cerca de sus labios y respirando su aliento, ardía en deseos de besarlos. El pudor y el temor me detuvieron. 
Invocando de nuevo la Tierra, Júpiter, el Sol y también la Luna, tiré de la cuerda que accionaba el cerrojo de la puerta. Temblaba sólo al pensar que los pernos podían chirriar... 
No me atrevía a empujar la puerta. Alejandro no la cerraba nunca con llave, por dentro... sin embargo, yo había robado una copia de la llave por si lo hubiera hecho. En cualquier caso, introducirme, de noche y de esta forma, en su habitación no dejaba de ser un acto muy grave. Nos habíamos educado juntos desde nuestra infancia, pero él seguía siendo mi príncipe. Me tome unos minutos más para pensar.



Por la ventana del pasillo, contemplaba la luminosa noche y murmuraba : " ¡O sagrada noche !" Pero ningún grito de ave nocturna me contestaba para servirme de augurio.
El tema que Aristóteles había tratado, ese día, había producido en mi espíritu cierta excitación, no exenta de prudencia.
 Demetrio, el mayor de nosotros, le había pedido que nos explicara lo que debíamos pensar de esta frase de "El banquete" de Platón : "No puedo decir que exista mayor riqueza, para un adolescente, que tener a un buen amante y, para un amante, que tener a un joven amado"
...
Abrí con precaución la puerta de Alejandro, pero mi corazón saltaba al franquear su umbral y al volver a cerrarla detrás de mi. Ahora ya estaba preso de mi victoria o de mi derrota, de mi gloria o de mi deshonra.. 
Le daba las gracias a la Luna, cuya luz bañaba la habitación y el rostro de Alejandro dormido. Me pareció la luna que estaba enamorada de él, como lo fue del bello Endimión, y como yo lo estaba.
...
Colgué en su sitio la copia de la llave. Todavía estaba a tiempo de salir sin hacer ruido, de seguir siendo el compañero de Alejandro, en vez de arriesgarme a ser desterrado por pretender conseguir su amor.


Pero un perfume que conocía muy bien flotaba en el aire : era el de Alejandro, este perfume tan peculiar de su piel que huele a violetas. Me acerqué, subí los peldaños que llevaban a su lecho. Ahora, sentía su aliento en mi cara, y contemplaba sólo su rostro a pesar de que estaba descubierto y totalmente desnudo, como yo. 
De repente, mis ojos se abrieron como platos : en el centro de su cuerpo, Príapo estaba erecto. El mío lo estuvo también, inmediatamente. Mi mano estaba a punto de cogérselo cuando Alejandro se despertó. Se sobresaltó, asustado, pero me reconoció y me sonrió. 
Yo no sabía si me sonreía a mí, o si le sonreía al dios que tensaba nuestros nervios. Me precipité en sus brazos, llorando, cubriéndolo de besos... a pesar de su sorpresa, él no se quejaba. Casi por instinto, nos presionábamos el uno contra el otro. Príapo luchaba contra Príapo y su doble victoria fue rápida.

Alejandro bajó a toda prisa y se detuvo bajo el pórtico para observar al nuevo huésped sin atreverse a dirigirle la palabra.
De repente, un patadón más fuerte mandó la pelota a rodar justo entre sus pies. El niño la recogió y los dos se encontraron frente a frente.
-¿Te gustaría jugar a la pelota conmigo? Con  dos se juega mejor.
Yo disparo y tú la coges.
-¿Cómo te llamas?- preguntó Alejandro.
-Yo Hefestión, y tú?                                                 
-Alejandro.
-Entonces vamos, ponte allí, junto a la pared.  Yo tiraré primero y si atrapas la pelota tendrás un punto, luego tiras tú.  En cambio, si no la paras el punto lo habré ganado yo y podré tirar otra vez. ¿Entendido?
Alejandro hizo un gesto de asentimiento y se pusieron a jugar, llenando el patio con sus gritos. Cuando estuvieron agotados de  cansancio y chorreando sudor, pararon.
-¿Vives aquí? -preguntó Hefestión al tiempo que se sentaba en el suelo.
Alejandro se sentó a su lado.
-Claro.  Este palacio es mío.
-No me vengas con cuentos. Eres demasiado pequeño para tener un palacio tan grande.
-El palacio es también mío porque es de mi padre, el rey Filipo.
-¡Por Zeus! -exclamó Hefestión agitando la mano derecha en señal de admiración.
-¿Quieres que seamos amigos?
-Por supuesto, pero para hacerse amigos es preciso intercambiarse una prenda.
-¿Qué es una prenda?
-Yo te doy una cosa a ti y tú me das otra a mi a cambio.
Se hurgó en el bolsillo y sacó un pequeño objeto blanco.
-¡Oh, un diente!
-Sí -silbó Hefestión por el hueco que tenía en el lugar de un incisivo-.
Se me cayó la otra noche y a punto he estado de tirarlo.
-Tómalo, tuyo es.
Alejandro lo tomó y se quedó confuso al no saber qué darle a cambio. Rebuscó en los bolsillos, mientras Hefestión permanecía erguido delante de él esperando con la mano abierta.
Alejandro, al no contar con ningún regalo de la misma importancia, dejó escapar un largo suspiro, tragó saliva y a continuación se llevó una mano a la boca y se cogió un diente que le bailaba desde hacía unos días, pero bastante sujeto aún.
Comenzó a sacudirlo con fuerza hacia delante y hacia atrás, conteniendo las lágrimas de dolor, hasta que se lo arrancó.  Escupió un coágulo de sangre, luego lavó el diente bajo la fuente y se lo entregó a Hefestión.
-Aquí tienes –farfulló- Ahora somos amigos.
-¿Hasta la muerte? -preguntó Hefestión, echándose al bolsillo la prenda.
-Hasta la muerte -replicó Alejandro.  

    Fragmento de "Alexandros,el hijo del sueño" de Valerio Massimo Manfredi

Alejandro y Hefestión siguieron andando, mudos, hasta llegar al río, siguieron corriente arriba, por la orilla y, al llegar al punto donde la arena y el campo dejaban paso al cañaveral, Alejandro se detuvo, se dio la vuelta y miró hacia atrás.
-Eso- dijo con voz ronca.
Una sonrisa lenta, apática, se dibujó en el rostro de Hefestión.
-Ese es el acto del que somos consecuencia.
Alejandro no lo miró.
-¿Lo que hacen los sementales... lo que hicieron tus padres, mis padres... es diferente si sólo lo hacen los hombres, como Aquiles
y Patroclo?
-No mucho, creo... Aquiles. -Hefestión lo observó sus ojos su boca; después se quitó el taparrabos y se metió al agua.
Alejandro se quedó en la orilla, como ensimismado.
-¿Tal vez es más limpio?
Hefestión torció el gesto.
-¿Por qué lo crees?
-No hay niños por los que discutir.  No hay berridos.  No hay celos..
Los espartanos siempre han afirmado que es más limpio.  Y Epaminondas dijo de la tropa sagrada de Tebas que eran invencibles porque ningún enemigo puede abrirse paso entre una pareja de soldados, pues son como una pareja y uno ha cogido el alma del otro.
Alejandro asintió lentamente; se quitó el taparrabos y lo arrojó sobre el último trozo de arena.
-¿El alma?- preguntó con voz casi inaudible-. Tal vez sea cierto que está en el semen.
Hefestión lo miró atentamente; volvió a recoger agua con las manos y se la echó en la cara, pero a pesar de la frescura del agua su rubor era cada vez más evidente.  Se quedó un momento con el pulgar en la boca. Luego rió y estiró el brazo.
-Ven. Vamos a lavarnos.  
Aristóteles no se preocupaba por las experiencias eróticas de sus alumnos, siempre y cuando tuvieran lugar fuera del ninfeo.  Sus ideas sobre el progreso y las cualidades helenas, expresadas en largas conversaciones casi siempre en la galería, aunque muchas veces también en el bosque, parecían implicar una cierta permisividad, como mínimo de la relación educativa, arquetípica, entre imberbes y adultos; por lo demás, se abstenía de hacer cualquier valoración.  Habló de las prácticas de los cretenses, que, al parecer, en tiempos remotos habrían recurrido el amor con muchachos para atenuar la sobrepoblación de la isla.  Habló de la iniciación en todo tipo de misterios, y mencionó con burla a Jenofonte, quien consideraba corrosivo y antinatural el amor con muchachos y también entre hombres.
-¿Antinatural como los versos, templos o arados?  Estas cosas tampoco existen en el reino animal y los seres humanos no nacen con ellas.  En realidad no podemos decir nada sobre la naturaleza del ser humano, cuya larga historia no es más que el alejamiento, el desprendimiento de la naturaleza y la lucha contra ella. ¿Qué es más antinatural que cortarse las uñas o afeitarse la barba?
Pitia (mujer de Aristóteles) una tarde le entregó a Alejandro una carta de Olimpia. Es una carta larga escrita por una mujer muy aguda ideas inteligentes sobre la convivencia de hombres y mujeres, hombres y hombres, mujeres y mujeres. Dice que nada es indecente ni reprochable, mientras no haga perder de vista las cosas importantes. Es muy común que un hombre ame a un hombre o una mujer a una mujer. Así es entre los helenos y también entre los bárbaros. Persas y celtas por ejemplo, son especialmente aficionados a hacer el amor con adolescentes. La mayoría de los helenos aman tanto a hombres como a mujeres. Quizá incluso en ese orden.
-Me ha pedido que te diga que es amar a quien quieras y que no por ello perderás el amor de tu madre, siempre y cuando tengas en cuenta que el hijo de un rey ha de dar ejemplo y debe tener descendencia.
Alejandro asintió con la cabeza.
-¿El amor de mi madre? -Su cara estaba tan relajada como su voz; era o si estuviese hablando del viento, de la madera, del agua-. Sí, ya, el amor de mi madre.  Puede dejar de preocuparse; sé perfectamente qué le debo a Macedonia.  A Macedonia, no a Olimpia.  El hijo de un rey y una debe honrar a sus padres, incluso sin amor, de ser necesario.  Olimpia siempre me ha dicho qué y cómo debo pensar, decir, hacer, vestir, comer. No me dirá a quién y por qué debo y puedo amar, o a quién no.


 Fragmento de "Alejandro, "El unificador

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